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No ya mi corazón desasosiegan
las mágicas visiones de otros días. ¡Oh Patria! ¡oh casa! ¡oh sacras musas mías!... ¡Silencio! Unas no son, otras me niegan. Los gajos del pomar ya no doblegan para mí sus purpúreas ambrosías; y del rumor de ajenas alegrías sólo ecos melancólicos me llegan. Dios lo hizo así. Las quejas, el reproche con ceguedad. ¡Feliz el que consulta oráculos más altos que su dueño! Es la Vejez viajera de la noche; y al paso que la tierra se le oculta, ábrese amigo a su mirada el cielo. Junio 1º de 1890 |
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